Encapsulados en casa
Estar encapsulado es estar encerrado dentro de un área específica localizada y rodeada por una fina capa de tejido. Este concepto me hace pensar que como padres, en nuestro afán de dar lo mejor a nuestros hijos para protegerlos, los encapsulamos dentro de una “burbuja” que creamos en casa. Según nosotros, lo hacemos para guardarlos de la maldad y los problemas que hay en este mundo, pero eso resulta dañino para ellos.
Mi esposo y yo, como padres, instruimos a nuestras hijas desde pequeñas en la Palabra de Dios, las guiamos, les dimos el ejemplo y establecimos límites, pero lamentablemente no las preparamos para enfrentarse a la maldad de este mundo. Sin darnos cuenta habíamos encapsulado a nuestras hijas dentro de una burbuja.
Cuando llegó el momento en que ellas se enfrentaron a diversas situaciones de la vida, se dieron cuenta de que no estaban preparadas. Ellas no tenían toda la información necesaria para enfrentarse a quienes querían lastimarlas, de una u otra forma. Sabían cómo comportarse y lo que agrada a Dios; se apartaban de hacer el mal, pero no sabían cómo lidiar con las personas de la forma correcta.
A lo largo de los años, en su infinita misericordia, Dios permitió que viviéramos varias situaciones difíciles como familia, aunque en ese momento no entendíamos el propósito que tenían, fue doloroso para todos. Las circunstancias provocaron una transformación en su forma de ver las cosas, se volvieron resilientes, crecieron internamente y Dios nos ayudó para que juntos pudiéramos sobrellevar las aflicciones.
Como padres, no nos percatamos del daño que provocamos a nuestros hijos al sobreprotegerlos y crear esa “burbuja”; creemos que estamos haciendo lo mejor para ellos, pero al paso de los años cuando crecen y tienen que relacionarse con otras personas, ya sea en el colegio, la universidad o en el trabajo, nos damos cuenta de que provocamos un daño en ellos.
Si no saben hacer muchas cosas es porque, aparte de estudiar, nunca les dimos responsabilidades en la casa. Tienen dificultad para relacionarse bien con otras personas. Desconocen el valor del dinero porque siempre procuramos darles lo mejor que pudimos. Tampoco saben cómo manejar la frustración porque no los dejamos intentar y fallar hasta lograrlo. En cada trabajo del colegio, en lugar de dejar que ellos lo hicieran, lo hicimos por ellos.
Pueden estar indefensos porque en vez de dejar que ellos aprendieran a defenderse, nosotros los defendimos ante maestros, alumnos y cada persona que los hirió; no dejamos que se hicieran fuertes y aprendieran a desenvolverse en su ámbito. Hicimos de nuestros hijos una generación “de cristal” que, aun siendo adultos, no saben cómo manejar la frustración, ni son resilientes, porque nunca aprendieron a sobreponerse en cada adversidad, sencillamente vivían en la burbuja de nuestro hogar.
Hebreos 12:11 (RVR1960) dice: Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.
Como padres, nuestra labor es guiar, instruir y corregir a nuestros hijos, construir fundamentos en ellos y, sobre todo, darles el ejemplo. Asimismo, alertarlos de los peligros y situaciones a los que pueden enfrentarse para que no los tomen por sorpresa. También debemos delegarles responsabilidades, confiar en ellos, dejar que se equivoquen porque eso les servirá para que cuando crezcan y sean adultos, sean hombres y mujeres exitosos, que sepan cómo desenvolverse, resilientes, pero también temerosos de Dios.
Ninguno de nosotros se entrenó para ser padre. En el camino cometimos equivocaciones mientras aprendíamos, pero si buscamos la dirección de Dios, estoy segura de que Él nos ayudará y nos mostrará lo que debemos hacer. No te desanimes, nunca es tarde para realizar los cambios que consideres necesarios. Sin importar la edad que tengan tus hijos, es importante que tengas una buena comunicación con ellos, que puedan confiar en ti y abrir su corazón. Escúchalos con atención, porque si sabes oírlos y pides dirección a Dios, verás un buen fruto a corto, mediano y largo plazo.
Estoy segura de que poco a poco, con paciencia, amor y sobre todo con la ayuda y dirección de Dios, tus hijos marcarán la diferencia en esta generación. Veremos un buen fruto y cosecharemos de todo lo bueno que sembramos en ellos. Así que ánimo y adelante, Dios está contigo.
Por Gladys de Boteo