“¿Cuál fue la mayor enseñanza que recibiste de tu papá?”, fue la pregunta que hace un tiempo me hizo un amigo, a lo que yo le respondí que la mayor enseñanza de mi padre no fue alguna que escuchara de su boca, sino la que durante mucho tiempo observé: lo que él hacía para agradar a Dios y a la familia con mucho amor. Siempre estaba de buen humor ante cualquier circunstancia. Doblaba rodillas para orar y levantaba las manos para adorar, no para lastimar.
Seguramente has escuchado la frase: “Tus actos hablan tan fuerte que no me dejan escuchar tus palabras”. En mi caso, lo vivido con mis padres pudo haber influido en lo que ahora soy. Lo que hoy pueda estar haciendo como padre es muy probable que influya de manera positiva o negativa en la vida de mis hijos. Cuando se es niño se observa la vida a través de los ojos de los padres, la familia o alguien a quien se admira. Podemos transmitir mucho sin necesidad de usar palabras: basta un gesto, una mirada o el tono de voz para transmitir frustración, alegría, satisfacción o preocupaciones.
Cuando los hijos son pequeños quieren parecerse a papá o mamá, pues son las personas con las que se identifica. Toda conducta de los padres les da las bases que más tarde les ayudarán a reaccionar ante cualquier situación o relación con los demás.
¿Es más importante lo que hacemos o lo que decimos? A veces exigimos cosas a nuestros hijos que no hacemos nosotros como padres. Les decimos “No grites” cuando minutos antes nosotros lo hemos hecho.
“Todo esfuerzo vale la pena, pero quien habla y no actúa acaba en la pobreza”, dice Proverbios 14.23 (TLA).
Las palabras están sujetas a los hechos. Podemos hablar muy bonito y dar los mejores consejos, pero una acción vale más que mil palabras. Lo que se aconseja, también se debe hacer.
“Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras”, dice Proverbios 24:12.
Seremos juzgados por nuestras obras según este texto. De igual manera en nuestra vida diaria tiene más peso lo que hacemos. Muchas veces nos preguntamos si es importante lo que hacemos y la respuesta es sí. Vale la pena todo lo que inviertes, lo que te esfuerzas, lo que logras, lo que trabajas, el tiempo que dedicas a la familia, a los hijos, a la diversión. Vale la pena ayudarles con sus tareas, orar junto a ellos. Vale la pena cada minuto, cada centavo, cada esfuerzo. Todo es una inversión que vale la pena. Lo ideal sería que nuestros actos y palabras sean lo mismo y marchen en la misma dirección. Solo entonces llegaremos a ser los padres íntegros, congruentes e impecables que merecen nuestros hijos.
Dugglas Recinos