Al reflexionar cuán grande es el amor de Dios para mi vida me pongo a pensar en mis hijos: Él me ha bendecido doblemente con dos.
Él Señor ha puesto en mí el peso de su gloria, el llamado de la maternidad. Me escogió para traer al mundo a dos personas, dos almas a las cuales debo enseñar y guiar, y estoy segura de que si Él me dio ese llamado también me está capacitando para que ellos puedan tener una vida de bendición.
Mis hijos, niño y niña, son dos personas tan diferentes, tan especiales y tan únicos. Cado uno con sus cualidades y debilidades. Dios me ha elegido para amarlos incondicionalmente.
Veo la grandeza de Dios en los detalles tan especiales que ha tenido conmigo: mi varón nació un 10 de mayo (en Guatemala ese día celebramos el Día de la madre). Qué día tan especial para ser madre por primera vez y unirme a celebrar exactamente ese día la vida de mi hijo. Mi niña nació el 11 de noviembre, mes que siempre me ha parecido hermoso por ese dulce aroma en el viento y por el clima que me encanta. No cabe duda de que en este llamado Dios me ha dado tanto para poder amar y corresponder.
Ser madre es un honor, pero también es tomar la responsabilidad de guiar a mis hijos a pesar de mis temores, dudas, aciertos o desaciertos. Aunque sea humanamente imperfecta, Dios me capacita en amor.
Sé que la voluntad de Dios se cumplirá en la vida de mis hijos y que nada los podrá separar del amor divino. Cuando siento esta bendición medito en 1 Juan 4:19: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Dios me amó primero, me dio el gran honor de ser madre y solo quiero seguir tomada de Su mano para enseñarles a mis hijos que tenemos un Dios de amor, soberano y protector.
Hoy quiero exhortarte a que le agradezcas a Dios en todo momento porque te eligió para traer vidas al mundo. Pídele en oración que te guíe y capacite para cuidar de tus hijos adecuadamente.
Marisela Vásquez