Cuando los hijos nacen nos llenamos de tanta alegría y gratitud hacia Dios, pues comprendemos que es Él quien nos da el regalo de convertirnos en padres. Un padre siempre anhela lo mejor para sus hijos en todo sentido. Desde que están en el vientre uno busca arreglarles la habitación donde dormirán, comprar ropita, pañales y tener todo listo para su llegada. Conforme van creciendo seguimos buscando darles lo mejor que podemos, compramos la comida que va a nutrirlos, los llevamos a divertirse a los lugares que sabemos que son aptos para niños, cambiamos la programación de la televisión para ver lo que a ellos les gusta, buscamos que vayan a estudiar a un lugar seguro y que estén aprendiendo.
La paternidad despierta en nosotros cualidades y acciones que provienen de Dios como Padre: amor, misericordia, paciencia, instrucción, protección, provisión y muchas más. Lees la Biblia y te das cuenta de que Dios como papá no es tan diferente a nosotros, siempre queriendo lo mejor; y leemos en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Dios, como padre, entregó todo por Sus hijos, dando lo más preciado que tenía para garantizar nuestro bienestar.
Los hijos no vienen con un manual bajo el brazo. La paternidad es algo que vamos desarrollando cuando nuestros hijos nacen. Tenemos el referente de nuestros padres, que en ocasiones se equivocaron, o bien, acertaron en sus acciones para nosotros; pero el mayor ejemplo de paternidad es Dios. Para aprender a ser buenos padres necesitamos acercarnos y conocer a Dios como papá. En nuestra relación con Él recibiremos la revelación de cómo tratar y educar a nuestros propios hijos.
Existen cursos y libros que también nos enseñan cómo disciplinarlos en amor, guiarlos en Su caminar, fortalecerlos en Sus habilidades, etcétera; los cuáles también pueden ayudarnos y darnos herramientas útiles. Nunca dejamos de aprender y en el tema de ser padres lo haremos toda la vida. Nadie dijo que fuera fácil educar, formar y enseñar a nuestros hijos, pero gracias a Dios que lo tenemos a Él y al Espíritu Santo para ser guiados y poder dar a nuestros hijos lo que espiritual y emocionalmente necesitan. Podemos equivocarnos en algún momento, pero que nuestro corazón siempre sea intencional sembrando en ellos amor, respeto, disciplina, perdón, palabras de afirmación y fe.
¡De todo corazón deseo que vivas esta aventura de la paternidad de la mano de Dios!
Ingrid de Morales