Abram vivía en la tierra que Dios le había dado. Tenía suficiente alimento y agua y disfrutaba de la vida, pero le faltaba algo. Dios le había prometido hijos. Él y Saraí, su esposa, ya eran ancianos y no tenían hijos. El Señor sabía lo que Abram deseaba en su corazón. Él confiaba en Dios. El Señor le dijo que tendría un hijo, le pidió que mirara al cielo y que contara las estrellas para darle una idea de que así de numerosa sería su familia. Abram miró y creyó lo que Dios le había dicho.