Matrimonios fortalecidos construyen un hogar sólido en Jesús
Fortalecer el matrimonio requiere de varios ingredientes que como pareja debemos trabajar a lo largo de los años. Estos ingredientes son fundamentales para que la relación crezca en amor, unidad y perseverancia. Algunos de los ingredientes más importantes son: poner a Dios en el centro de nuestras vidas y nuestro matrimonio, amarnos y respetarnos mutuamente, tener una buena comunicación, compartiendo siempre nuestros sentimientos con sinceridad y respetando los del otro, y por último cultivar la confianza. También es necesario dejar de lado el egoísmo y pensar siempre en el bienestar del otro, en lugar de centrarse solo en uno mismo. Todo esto se construye como un proceso poco a poco, con tiempo, paciencia y la gracia de Dios.
En Eclesiastés 4:9-12, encontramos un hermoso recordatorio sobre la importancia de caminar juntos en la vida: Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.
Es hermoso ver cómo las Escrituras nos enseñan que no estamos hechos para caminar solos. Somos creados para compartir la vida, para amarnos, apoyarnos y ser el refugio del otro en medio de las tormentas de la vida. Este versículo me recuerda que el matrimonio es mucho más que solo un contrato; es una alianza, una promesa de estar juntos en las buenas y en las malas, de levantarnos mutuamente, de ser un refugio y una fuente de fortaleza.
Cuando una pareja se casa, lo hace con un nivel de enamoramiento y esperanza que los impulsa a creer que por siempre todo será perfecto. Sin embargo, al pasar el tiempo y enfrentar las adversidades, es cuando el verdadero carácter del matrimonio se pone a prueba. Si nos sostenemos de la mano de Dios, si realmente ponemos nuestra fe en Él, podemos superar cualquier prueba, por difícil que sea. No se trata de evitar los problemas, sino de enfrentarlos juntos, con la certeza de que Dios es nuestra fortaleza.
El perdón es otro pilar esencial. Es difícil mantener una relación sana si no aprendemos a perdonarnos mutuamente. Al igual que un niño va madurando conforme crece, el matrimonio también pasa por procesos de madurez. Hay momentos en que el amor y la relación se ven desafiados, pero es precisamente en esos momentos cuando, si dejamos que Dios obre, nuestro amor puede ser refinado, más profundo y sólido.
Con mi esposo tenemos 29 años de casados. En nuestra experiencia, hemos aprendido que la clave está en valorar cada momento que pasamos juntos. A veces, la rutina diaria puede hacer que no apreciemos esos momentos, pero cuando nos detenemos a reflexionar, nos damos cuenta de lo afortunados que somos de tenernos el uno al otro.
A lo largo de los años, nos hemos aceptado y amado, reconocemos que no somos perfectos y que somos uno complemento del otro, buscamos a Dios en oración y hemos hecho acuerdos a lo largo de los años. A pesar de las adversidades y de la vida ajetreada que vivimos hoy en día, buscamos momentos para compartir juntos y disfrutar la compañía uno del otro.
No es fácil, requiere voluntad de ambas partes para lograrlo. También procuramos tener pequeños detalles uno con el otro que demuestran el amor que nos tenemos y aún nos decimos: “te amo”. Cultivar el amor en el matrimonio es vital. Sabemos que somos un equipo, hemos aprendido que no hay competencia entre nosotros y que trabajamos juntos para edificar nuestro hogar y buscamos a Dios para que Él sea el centro de nuestras vidas y nuestro matrimonio. Reconocemos que sin la ayuda de Dios no lo lograríamos, pero es a través de Él que nos da todo lo que necesitamos para permanecer juntos, unidos y amándonos.
Hemos aprendido también a creer uno en el otro, a caminar en unidad, a comunicarnos correctamente, con sinceridad. Hemos hablado de nuestros sueños y, aunque aún nos falta por ver algunos sueños hechos realidad, seguimos caminando, juntos buscando agradar a Dios y creyendo que el día llegará en que veremos esos sueños hechos realidad. Ambos servimos a Dios y es algo que nos apasiona y que tenemos en común.
La vida no siempre es fácil, pero cuando compartimos una visión común y nos aferramos a Dios, las dificultades se vuelven más llevaderas. Hemos aprendido que el amor no es solo un sentimiento, sino una decisión diaria, una decisión de elegirnos el uno al otro, de ser pacientes, de perdonar y de seguir creciendo como pareja.
Así, en cada día, a través de las risas, las lágrimas y los retos, nos damos cuenta de que Dios está con nosotros, guiándonos, transformándonos y fortaleciendo nuestro amor. Un matrimonio sólido no se construye de la noche a la mañana, pero con Dios como el cimiento cualquier desafío es superable, y la promesa de un hogar lleno de amor y paz es alcanzable.
Para ti y para mí, el matrimonio es un viaje, y estamos aprendiendo que lo más importante es no caminar solos. Es saber que aunque vengan tiempos difíciles, con Dios en el centro de nuestro hogar podemos construir una relación sólida, duradera y llena de propósito. Sigamos trabajando en nuestra relación día a día, confiando en que Él nos guiará siempre.
Por Gladys de Boteo